sábado, 24 de junio de 2017

250 paseando contigo

Desde que somos cigoto comenzamos a comunicarnos, la información nos condiciona y nos modela, incluso hasta cuando creemos que somos suficientemente críticos. Los distíntos soportes físicos de transmisión de información son variaciones, en su mayoría, basadas en el electromagnetismo. Como cigoto, y hasta que empieza a funcionar el sistema nervioso, son los genes quienes llevan la voz cantante, autoejecutándose casi sin tener en cuenta el resto del Universo. Ya con el sistema nervioso funcionando, el feto interacciona con el exterior y comienza el segundo yugo del que no podremos zafarnos junto con la genética: el ambiente. Su sistema nervioso no tiene suficientes conexiones como para tomar conciencia de lo que ocurre, y para cuando la haya tomado, la genética ya habrá hecho su trabajo y condicionará quiénes seremos para lo bueno y para lo malo, desarrollando la información empaquetada en los genes.

La genética del humano nos brinda cinco ventanas al mundo exo-mental y lo hace desde antes de nacer, con lo que se ve claramente el peso que tendrá la parte ambiental en su desarrollo. El paso del tiempo irá vasculando nuestra dependencia del cromosoma a la dependencia de la memoria.

Siempre he pensado que tenemos los sentidos que necesitamos y que si hubiera otro canal de comunicación distinto y lo necesitáramos para sobrevivir, tendríamos nuestro receptor para ello. Tenemos cinco sentidos y ninguno más y con ellos nos tenemos que comunicar con el medioambiente más cercano.

Una persona necesita tener dentro de la boca un objeto para poder degustarlo, con lo que este sentido no va mas allá de avisarnos del estado de la comida. Con el tacto, puesto que tiene receptores de radiación infrarroja, podríamos captar objetos calientes a una cierta distancia, dependiendo de la intensidad del foco, pero aún así, como la radiación infraroja no es muy energética, se desvanece rápidamente. Cuando nos acercamos a una pared que le ha estado dando el sol, notamos su calor, incluso a metros de distancia. Las moléculas que se esparcen por el aire podríamos detectarlas a muchos metros de distancia, mientras mantengan suficiente concentración, pero, el olfato, sigue siendo efectivo a poca distancia. Llegamos al oído, el sonido viaja a 340 m/s de velocidad en el aire, pudiéndose escuchar a una persona, en condiciones favorables, a kilómetros de distancia; es más, si el sonido lo emitimos a través de hierro, por ejemplo por un raíl, llegaría mucho más lejos, ya que tendría menos pérdidas energéticas y además iría a una velocidad de 5000 m/s. Por último, tenemos la vista, que recoje la radiación electromagnética de entre 400 y 750 nm de longitud de onda (por debajo de los 400 nm está la infrarroja y por encima de 750 nm, la radiación ultravioleta) y sus efectos pueden llegar a millones de kilómetros sin perder su esencia, incluso en el vacío.

Nuestro cuerpo, puede producir sabores, olores, calores (infrarrojos), sonidos, pero no luz visible. Hasta que el hombre no dominó el fuego, no pudo mandar información más lejos de lo que le daba la vista para captar los fotones del sol, reflejados en los objetos, con lo que hasta entonces el oido rivalizaba con la vista en importancia, sobre todo, estratégicamente hablando.

Ya con el dominio del fuego, vino otra era de la comunicación a distancia: las señales de humo, o cualquier código que se estableciese con el fuego, llegaban más lejos que cualquier otra señal. Así y para llegar aún mas lejos, ponían torres repetidoras en las cimas más altas, con contacto visual entre ellas, con lo que la información recorría en cuestión de minutos decenas de kilómetros.

Cuando se descubrió la electricidad, mejor dicho, cuando se empezó a utilizar, en el siglo XIX, llevó a uno de los inventos más importantes para la comunicación a distancia: el telégrafo. Resistió el empuje de la tecnología hasta hace muy poco. Lo siguiente fue el teléfono, una variación del telégrafo por el cual se permitia la transmisión de audio. El teléfono nos acercó a las personas haciendo más pequeño el mundo. Su éxito está basado en el acercamiento personal entre los comunicantes, pero, sobre todo, en la globalización del canal y la privacidad del mensaje. Por otro lado y ya en el siglo XX, aparece el ordenador personal y llega el momento de poner en comunicación unas máquinas con otras, hasta que el tamaño de los componentes permiten los terminales portátiles, tanto de teléfonos como de ordenadores. Desde aquel ladrillo de teléfono, allá por los años 70, hasta ahora, la unión ordenador-teléfono ha ido ganando terreno a todo tipo de tecnología para la comunicación.

En conclusión, se ha ganado en capacidad de contacto, en rapidez de contacto, pero el tiempo disponible para la comunicación con los demás es el mismo, de ahí el estrés que podemos llegar a tener si no priorizamos con qué personas vamos a contactar. El WhatsApp es una aplicación trampa, ya que una vez contactas con alguien, dejas abierta la línea, con lo que si tienes 250 contactos, es como si tuvieras 250 conversaciones a la vez. Con el teléfono tradicional contactabas con alguien, dabas el mensaje que querías dar y cerrabas (colgabas), con lo que dabas por zanjada la comunicación. Sin embargo, con la mensajería instantanea en el móvil es como si llevaras a las 250 personas de paseo contigo, sin cerrar nunca la comunicación.

La comunicación humana por medio de máquinas irá sustituyendo a la "sin máquinas", conforme la comunicación sea capaz de trasladar lo que pides a un contacto directo. O sea, en cuanto se puedan transmitir, no solo la vista y el oido, sino también el tacto, olfato y gusto, los sentidos más personales.

2 comentarios:

  1. Jajaja, bueno, espero que cuando tengas tiempo, leas el resto de las entradas, en especial http://josefp.blogspot.com.es/2016/01/ver.html
    Un abrazo y gracias.

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