lunes, 6 de noviembre de 2017

El Octavo pecado capital

La conciencia aparece cuando te das cuenta de las consecuencias de tus pensamientos. Desde la activación del sistema nervioso, el feto reacciona a los estímulos sin sentido, poco a poco va reaccionando con actos reflejos hasta que un día, ya como bebé, reconoce un estímulo, ya sea exterior o interior y actúa en consecuencia. Es en ese momento cuando comienza a tomar conciencia, e irá reconociéndose y reconociendo su entorno.

Para reconocer algo es necesario tener en la mente una "plantilla" que se parezca mucho al estímulo a reconocer, esto nos lleva a la necesidad de tener memoria para reconocer y raciocinio para actuar.

El funcionamiento del cerebro humano no se conoce muy en profundidad y por ende la memoria tampoco. La memoria es un arma de doble filo y simplificando, hay de la que no modifica físicamente el cerebro y la que sí lo modifica. Esta última suele ser más longeva ya que el soporte físico es bastante estable, con lo que si no se distorsiona la modificación, el recuerdo será para siempre. Si, aunque distorsiones con otros estímulos el recuerdo, lo evocas cada cierto tiempo, se mantendrá mejor y más nítido. Aun así, el recuerdo es pentadimensional, es decir, cada recuerdo es una mezcla de cada uno de los sentidos y con las intensidades correspondientes, dependiendo del estímulo. No es lo mismo recordar una canción que una foto, ni es lo mismo que asomarte al Valle de Ordesa donde tan importante es lo que ves, como lo que escuchas, como lo que hueles, como lo que sientes. Esto hace que lo que recordemos sean sumatorias de sentidos, a no ser que, centremos la atención en un aspecto concreto del momento. Esta "pentadimensionalidad", junto a la plasticidad del cerebro y el limitado sustrato de este con respecto al sustrato del momento a recordar (aunque utilizásemos todas las partículas del cerebro en un recuerdo, lo nomal, es que lo que queremos recordar tenga más partículas), hacen que los recuerdos no sean tan idénticos como nos gustaría.

En la evolución de las especies, el aspecto memorístico es clave como herramienta para la adaptación, buscando recordar los aspectos dañinos que de forma inminente acechan la integridad. Este hecho marca profundamente para qué está preparado el cerebro, atrayéndonos mucho más lo malo que lo bueno. Lo constatamos diariamente.

Pero el hombre ha conseguido niveles de adaptación tan elevados, que la seguridad ha pasado a un segundo o tercer plano, pudiendo utilizar la memoria para algo más que la adaptación, apareciendo los "pecados", porque dejan de ser estrategias de adaptación y pasan a ser modos de vida, utilizándose para otros objetivos distintos a la pura adaptación.

El Rencor, merece ser pecado capital y su dominio es fruto de un entrenamiento constante en el arte de comprender y esconder recuerdos malos. El rencor se da, cuando el objetivo de recordar la escena dolorosa no es comprenderla. El rencor en su inicio, impregna todo el cuerpo y pasado el tiempo se esconde agazapado para salir en el momento más inesperado.

Dependerá del impacto causado en el cerebro el que se pueda prácticamente olvidar o que no se olvide nunca y es el aprendizaje de la gestión de esos recuerdos lo que nos hará más o menos rencoroso. Pero es el paso de sufrirlo a exteriorizarlo con acciones contra el que te ha hecho sufrir, el que llena de contenido la palabra rencor.

Comprender, empatizar y pasar página, produciendo pensamientos positivos nos hará, si se hace desde pequeño, menos rencoroso. El rencor no es positivo, en ningún caso, fuera de su misión para la adaptación.

2 comentarios:

  1. El rencor es un pecado capital en las enseñanzas yóguicas pues ofusca la claridad de la mente con el pasado. Muy interesante esa comparacion con una adaptacion que ha derivado en otra cosa!

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  2. Gracias, no me extraña la capitalidad en las enseñanzas yóguicas-

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